Tierra del Fuego y sus ciudades mecanizadas

“Nuestros antepasados se habrían asombrado aún más al ver las ciudades de sus descendientes –así como a sus habitantes- ponerse en marcha […] Tampoco podrían soñar que, al mismo tiempo, las ciudades se devastarían a sí mismas, cambiando sus sanos núcleos por barrios bajos, enfermizos, cuya dolencia sería tanto física como psicológica”.

Arnold J. Toynbee. Ciudades en marcha. 1968.

Cuando sobre la década de 1970 la Dictadura del General Lanusse promulgó el Decreto Ley 19.640 que otorgaba a la porción argentina del entonces Territorio Nacional de Tierra del Fuego beneficios fiscales para mejorar su actividad comercial y lograr cierto grado de desarrollo industrial, hacía poco que el historiador Arnold J. Toynbee, miembro del Instituto de Medio Urbano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Columbia, publicaba un estudio que examinaba la por entonces “explosión urbana” a la luz de la historia previa de las ciudades.
Toynbee, que consideraba con atino que el estudio del medio urbano y el de la arquitectura eran de vital importancia para el futuro de la humanidad, escribió su libro Ciudades en marcha, influenciado por los estudios del arquitecto y planificador urbano griego Constantinos Doxiadis quien en 1967 había acuñado el término Ecumenópolis (la ciudad mundo). Según Toynbee, justamente la explosión urbana, como la explosión demográfica a la que está unida, sería un fenómeno indetenible del mundo contemporáneo, habilitando en un futuro cercano el surgimiento de un nuevo tipo de asentamiento a nivel continental sobre el planeta: Ecumenópolis.
Pero esta ciudad mundo, capaz de convertir a los continentes en una única ciudad gigantesca que extendería sus tentáculos alrededor del globo a expensas de las zonas rurales y desiertos, interconectando zonas con los servicios de transportes mecanizados, paradójicamente sería una agrupación humana con los mismos problemas y desafíos que las tradicionales ciudades amuralladas de Jericó, Ur, Troya y, por qué no, la montañosa Ushuaia…
Es decir que Ecumenópolis, a pesar de ser una megalópolis absolutista, no dejaría de ser una ciudad y, por lo tanto, debía compararse y concebirse con otras ciudades existentes en la historia y en relación a las problemáticas urbanas de ayer y hoy. Para Toynbee, el continente Europeo y el asiático en la zona de China-India, estarían en condiciones de producir verdaderas ciudades continentales, pero en definitiva, los problemas con los que contarían seguirían siendo los mismos que se vivían en la Londres, Ámsterdam o Pekín de su época.

Porque para Toynbee, una ciudad se define antes que nada por ser una agrupación humana cuyos habitantes no pueden producir, dentro de sus límites, todo el alimento que necesitan para subsistir. Y este rasgo, para el autor es común a las ciudades de todas clases: las grandes, las intermedias, las pequeñas, sean estas amuralladas u elegidas según prestigio, conveniencia, estrategia, cosmopolitismo, religión, nivel de mecanicismo o proyección. En ese caso, Ushuaia o Río Grande, tanto como Buenos Aires, Manchester o Nueva Delhi, contarían con esta problemática en igual medida que la Ecumenópolis por venir, a pesar de sus diferencias de escala.

¿Marchamos hacia una Ecumenópolis fueguina?

Si Toynbee hubiese continuado su vida más allá de los años 70s (falleció en 1975, justo cuando comenzaba la explosión demográfica en Tierra del Fuego), hubiese tenido un caso de estudio ideal, por las características que asumió el desarrollo urbano fueguino, debido a la explosión industrial que experimentaron Ushuaia y Río Grande en aquellos años.
Seguramente, en términos paradigmáticos, hubiese podido concebir en el futuro la unión de Ushuaia-Tolhuin-Río Grande a una escala continental, si se tiene en cuenta que somos una isla y que territorialmente sus centros urbanos desarrollados se encuentran conectados en el radio de 200 kilómetros por la Ruta Nacional Número 3. Ni hablar si revisara los diarios y portales de Internet con respecto a la ruta del corredor del Beagle que busca conectar el asentamiento de Almanza con la capital fueguina…

Hace medio siglo que Toynbee escribió Ciudades en Marcha, donde reflejó cómo la ciudad mecanizada surgida desde la Revolución Industrial, acompañada del aumento de la población mundial, había empezado a devorar el mundo rural y cuanto sector ocioso encontrara a su paso, ganando espacios donde hacía algunos años atrás, pastores y agricultores experimentaban el paisaje y el paso del tiempo con total naturalidad. Habían sido durante siglos, especies de aldeas inmóviles hasta que llegó la aplastante ciudad mecanizada, con sus automóviles, la necesidad de encontrarles playas de estacionamiento, sus calles, rutas y puentes, las vías férreas, los módulos habitacionales verticales y horizontales y las salas maternales de los hospitales que cada año recibían nuevos ciudadanos ganándole en cantidad abrumadora a las tumbas y nichos de los cementerios que era necesario construir o renovar.
El siglo XX, fue arrollador en ese sentido. No estaría demás preguntar por ese fenómeno en Tierra del Fuego. En Ushuaia, su capital, por el avance demográfico –y también por la falta de planificación y el cortoplacismo heredado de las últimas décadas–, da la sensación que se ha llegado al límite técnico. Se está trabajando mucho para revertir la situación heredada y enfrentar el problema de la vivienda. Pero el daño ya se hizo, los intempestivos avances urbanos han generado precariedad y marginalidad. Por esos efectos, da la sensación que en Ushuaia no cabe más un alma (ni mucho menos su automóvil). Río Grande, partida al medio por un puente material y simbólico, experimenta una situación similar y Tolhuin va camino a convertirse en el nuevo tractor de la ciudad mecanizada que parece no prometer descanso ni respiro.
En ese esquema, quizá sea mejor ir pensando, como nos enseñó Toynbee, que en un corto tiempo, deberemos prepararnos para concebir una Ecumenópolis, ultramecanizada y sustentable, pero no autosuficiente desde el punto de vista alimentario. Deberemos pensar entonces de qué manera generamos los excedentes económicos para poderlos intercambiar por los alimentos que necesitaremos para seguir creciendo. La palabra clave es el desarrollo sustentable. En el medio esperan la zona rural y los sectores ociosos. Más allá está el mar, quizá tengamos un gran negocio en ese ámbito aún recóndito. El tiempo, más acá que allá, lo determinará.
Hasta aquí puede reflexionar un historiador hablando de la obra de otro historiador. El resto dependerá de lo que los especialistas en la materia puedan aportar, lo que definan las políticas públicas siempre de acuerdo con la voluntad popular, locales y regionales; y los acuerdos que puedan sostener los sectores de la producción y el comercio.


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Diario Prensa
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