¿Volveremos a una “nueva normalidad”?

¿Volveremos a una “nueva normalidad”?

En este último tiempo se viene escuchando mucho la expresión “nueva normalidad”, en relación al periodo postpandemia. Veamos de que se trata.

 

Reflexiones en cuarentenaNormalidad y anormalidad no son términos que gusten mucho a los psicoanalistas. Podríamos preguntarnos: ¿qué es ser normal? ¿quién lo define? ¿en qué momento histórico? ¿se puede ser normal?.
Una de las primeras cosas que podemos situar es que siempre que se utiliza la palabra “normal” es en relación a un contexto determinado. Este contexto tiene que ver con una cultura, una política, en un lugar y en un tiempo puntuales. Digo, no se entendía de igual modo la capacidad de una mujer en el Código de Vélez sancionado en 1869, a la normativa vigente a partir de 2015. Es decir, que hay determinados parámetros que en cada cultura define explícita o implícitamente qué se espera de una persona, cómo debe actuar, qué debe usar, qué debe y qué no debe decir. A partir de esos ejes, se distribuyen de un lado y del otro, los que son calificados de normales y de anormales por esa sociedad.
Ahora bien, esos parámetros se relacionan con un “ideal”, pero no con cualquier “ideal”, sino con el que impone la cultura dominante. Y de la adaptación a ellos por parte de los habitantes de esa cultura depende a que accedan a determinadas oportunidades y beneficios.
El año pasado, tuve la suerte de poder asistir al Congreso Mundial de Salud Mental, y me traje de souvenir (¡además del libro del Congreso!), una remera, con una frase tomada de la canción “Vaca Profana” de Caetano Veloso, que dice: “De cerca nadie es normal”. ¡Por suerte!, y es que lo normal deja de lado lo más subjetivante de cada uno, aquello que lo distingue, que lo define, que lo moviliza.
Dicho esto, les propongo analizar los hábitos que, cual resabios del postpandemia, algunos pensadores señalan, formarán parte de la “nueva normalidad”.
En este punto quiero diferenciar, aquellas conductas que debemos cumplir porque están prescritas por una norma, de aquellas otras que se cuelan en nuestra cotidianeidad y se sostienen extemporáneamente, a pesar de haber dejado de ser obligatorias (o nunca haberlo sido). Sobre estas últimas es que avanzaré en la descripción.
Cuando hablamos de “nueva normalidad”, el adjetivo viene a marcar un antes y un después de un hecho. En este caso, la pandemia por COVID-19, es el hecho disruptivo que cambió azarosa e inesperadamente nuestra realidad. Si bien todos estamos en continuo cambio, al punto de poder decir, que nuestra vida es una sucesión de duelos, hay algunos que sin duda por su intensidad, su amplitud o su modo de irrumpir, tiene mayor relevancia y dejan huellas más perennes.
Este duelo a que hago referencia, tiene que ver con la posibilidad de elaborar aquello que tuvimos que dejar… proyectos, actividades, espacios. Esta pérdida implica enfrentarnos a la castración y la respuesta que cada uno puede dar a ello porque sin dudas uno es otro luego de atravesar un proceso de duelo.
Darío Sztajnszrajber, filósofo y docente argentino cuenta en una entrevista (2020) que uno de los aspectos que parece haber cambiado esta pandemia es la relación con el otro, relación de distancia, mediada por la desconfianza y el sentimiento de amenaza. En tal sentido, la distancia social (como medida preventiva), ancla en una cultura que ya promovía el individualismo como modo de estar en el mundo, en el que el otro es percibido como un medio para llegar a mi objetivo, generando que se profundice aún más este rasgo posmoderno.
Por su parte, Paul Beatriz Preciado (2020), filósofo español, señala que “El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semio-técnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara: la máscara de la dirección de correo electrónico, la máscara de la cuenta Facebook, la máscara de Instagram. No es un agente físico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un código, un pixel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos.”
Preciado, también expone cómo fue cambiando la noción de “frontera”, pasando de la frontera nacional, a la puerta de nuestros hogares como frontera, para finalmente proponer al barbijo como nueva frontera.
Otra de las características que reveló este periodo es el “espíritu de vigilancia policíaca”, que habita en muchos y que a algunas personas las erotiza (Sztajnszrajber). Estar mirando por la ventana observando qué hace el vecino, qué tapabocas usó, o en espacios públicos estar atentos a si a alguien le quedó la nariz descubierta. Elementos que tienen lugar, en la medida que están pendientes en la sociedad.
También surgieron nuevos conceptos para definir nuestra forma de relacionarnos. Así apareció la “burbuja social”, construcción que implica hacer un “círculo” de contactos, siendo los únicos (y siempre los mismos) con los que podemos interactuar físicamente. Pequeño dilema que nos enfrenta con la tarea de ¿a quién elegir?
Todo lo que para marzo de 2020 no se encontraba digitalizado, desde la gestión de los servicios, pasando por la educación, hasta el sexo para quienes se encontraban a distancia, tuvo que aggiornarse a esta modalidad para poder sostenerse y tener continuidad. Si bien, por un lado facilitaron un montón de cuestiones, por otro, parecen haber ganado terreno (como hábitos) por sobre otras formas, en las que el acento estaba puesto en la interacción de los cuerpos, en ese plus irreductible, que nos genera la presencia del otro.
Algo parecido pasó con el trabajo, que fue migrando hacia el interior de nuestros hogares, lo que llevó a muchas empresas a replantearse adoptar esta forma como modalidad habitual de labor. “El domicilio personal se ha convertido ahora en el centro de la economía del teleconsumo y de la teleproducción.” (Preciado).
Si el surgimiento de la pandemia nos puso obsesivos y un poco “paranoicos”, la nueva normalidad, nos enfrenta a un extrañamiento en el modo de hacer las cosas, que no por novedoso deja de ser siniestro. Y cristaliza nuevos hábitos, que probablemente pasen a ser los normales.
Sin duda algunos cambios, vinieron para quedarse, al menos en el mediano plazo, pero también este impass que generó el cambio de rutinas, fue un momento para repensar lo que veníamos haciendo y reflexionar con qué de lo anterior queremos seguir. Porque si algo nos mostró este tiempo de discontinuidad, es todo lo que no queremos más. Pero para ello, debemos frenar “el automático”, mirarnos, y mirar a nuestro alrededor.
Concluir acertadamente que consecuencias tendrán estos cambios en las subjetividades de nuestra época implicaría hacer futurismo, y no es el objetivo de esta columna. Tolerar algo de esta incertidumbre, habilita que podamos realizar todos los cambios de rumbos que sean necesarios para hacernos un lugar singular en cualquier normalidad.


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