A 206 años de la batalla de Tucumán

“En el caso de nombrar quién debe reemplazar
a Rondeau yo me decido por Belgrano; éste es
el más metódico de los que conozco en nuestra
América, lleno de integridad y talento natural;
no tendrá los conocimientos de un Moreau o
Bonaparte en punto a milicia, pero créame
Usted, que es lo mejor que tenemos en América del Sur”.

Carta de José de San Martín a Tomás Godoy Cruz (1816)

Entre el 24 y el 25 de septiembre de 1812, hace un poco más de dos siglos, las tropas del Ejército del Norte comendado por Manuel Belgrano, derrotaban a las fuerzas realistas al mando del brigadier Juan Pío Tristán. Este episodio reconocido de nuestra historia embrionaria nacional significó un paso fundamental en el camino hacia la emancipación rioplatense y sudamericana en su conjunto.
La batalla de Tucumán está encadenada a otro episodio previo y sobresaliente de la gesta libertaria, como lo fue el Exodo Jujeño, cuando un mes antes, en el norte profundo de nuestra actual patria, muchos jujeños convencidos y otros obligados por las circunstancias, acompañaron a Belgrano hacia el Tucumán, abandonando su “lugar en el mundo” para que a la llegada de las fuerzas realistas, éstas encontraran un campo raso, sin posibilidad alguna de reponer alimentos, ni vestimenta, ni ningún otro objeto ni cobijo que diera confort a los soldados que enarbolaban las banderas del atraso español.
El Exodo Jujeño explica que a un abogado sin formación militar, le haya sido posible haber triunfado contra un ejército que prácticamente lo doblaba en número. En Tucumán, con apoyo de un verdadero conglomerado militar que contaba con la presencia de salteños, jujeños, catamarqueños y santiagueños; junto a los restos de los regimientos porteños, doblegaron a las impiadosas fuerzas del imperio ibérico.
Desoyendo las directivas de Buenos Aires que lo invitaban a retirarse hacia Córdoba para resguardarse de una derrota asegurada, Belgrano hizo gala de una terquedad providencial y presentó batalla en los irregulares terrenos del Campo de las carreras, emplazados en las inmediaciones de San Miguel de Tucumán.
El triunfo fue contundente y el dinero, las piezas de artillería y otros materiales bélicos secuestrados por las fuerzas patrias en Tucumán acompañarían al Ejército del Norte por el resto de la campaña libertaria. Un gran legado militar que pudo entregar Belgrano a San Martín cuando se operó el relevamiento del mando.
Pero más allá de todo, la importancia del triunfo del Ejército del Norte en Tucumán es que aseguraba indiscutiblemente la primacía revolucionaria sobre el territorio, demostrando que el triunfo en Suipacha el año anterior no había significado un hecho aislado, enterrando definitivamente la pesada mochila de la derrota en la batalla de Huaqui (junio de 1811), donde los ejércitos españoles arrasaron a las fuerzas patrias.
Lograba sortear así Belgrano lo que fue el desafío más importante de su vida, porque hacia 1812 la revolución transitaba uno de sus momentos más críticos: los realistas venían ganando posiciones desde el Alto Perú hacia el sur y se encontraba abierto el frente en la Banda Oriental. Buenos Aires, preso de sus propias internas, debía sostener la revolución sudamericana reteniendo recursos estratégicos para sostener la lucha del norte, hecho que le generaba el descontento de los pueblos del interior. Un cuadro muy complejo para un intelectual de fuste al que se le pedía el esfuerzo adicional de detener militarmente a un ejército superior.
Belgrano cumplió con creces el molde del revolucionario de época. Intelectual, política y militar, la victoria de Tucumán merece inscribirse como un hito latinoamericano, por el contexto en el que se logró y porque en el armamento de un ejército apenas organizado y sumamente voluntarista, puedo esgrimirse la conjugación de las fuerzas de las ideas con las posibilidades de una utopía que comenzaba a palparse cada vez más realizable.

Belgrano, un buen hijo de la Patria
Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, una pequeña ciudad puerto de una zona marginal del Virreinato del Perú. Se recibió de bachiller en leyes en España, país donde entró en contacto con las ideas de la Europa revolucionaria. Al ser un hombre de principios, ilustrado, honesto y romántico, fue incapaz de traicionar sus convicciones aún en los momentos más duros de su vida pública.
Desde 1794, Belgrano dirigió el Consulado de Comercio de Buenos Aires, desde donde puso en práctica su pensamiento económico de avanzada, luchando contra el monopolio de Cádiz y propiciando el librecambio. Maniatado por las autoridades españolas, se las ingenió igualmente para fomentar la educación moderna, creando la escuela de Náutica y la Academia de Geometría y Dibujo, proyectando además la Escuela de Comercio y la de Arquitectura. Por si fuera poco, fue partícipe necesario de la fundación del primer periódico de Buenos Aires, censurado por las autoridades virreinales.
La intensa experiencia de la invasión inglesa entre 1806 y 1807, en las que actuó como capitán de las milicias urbanas, marcó a fuego el destino de Belgrano confinándolo a la actividad militar, la que siempre realizó de muy mala gana pero con obsesivo compromiso. Más adelante, en condiciones de salud significativamente adversas, debió hacerse cargo del Ejército del Norte.
Pero fue quizá durante la Revolución de mayo de 1810 donde Belgrano pudo desempeñar su función más ejemplar y calificada: el campo de las ideas. Ejerció entonces un liderazgo sin igual. Llevó adelante el ideario de una nación igualitaria, justa y soberana. También bregó por el reconocimiento de los indígenas y trabajadores rurales.
El espíritu de entrega por los asuntos de una patria imaginada y los éxitos temporarios que supo obtener, jamás le embriagaron la razón ni pudieron desviarlo del camino de la recta humildad. Cuando la adoración ajena que despiertan los triunfos venía a abrazarlo para perderlo en la vanidad y le ofrecían los gallardos títulos de “padre de la Patria”, los rechazó de plano con envidiable elocuencia.
Dicen que en cierta ocasión, al recibir un elogio grandilocuente de un comensal luego de la victoria en Tucumán, Belgrano respondió célebremente: “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.


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