A 35 AÑOS DE LA ASUNCION DE ALFONSIN Y DEL RETORNO A LA DEMOCRACIA. Un día … cada dos años

Ayer, 10 de diciembre, se cumplieron 35 años de la asunción de Raúl Alfonsín en la presidencia de la nación, luego de las elecciones que retornaron a nuestro país al sistema democrático. Desde el año 1976 que la Argentina padecía la dictadura militar de la Junta que encumbró a Jorge Rafael Videla como primer presidente de aquel oscuro proceso que inició el más feroz terrorismo de Estado de nuestra corta pero intensa historia nacional.
Si bien es inevitable caer en la cuenta de las irracionales crueldades de aquel régimen, la mayoría de las lecturas del denominado “retorno de la democracia” se han centrado en la herencia del Proceso militar y en sus secuelas más traumáticas: torturas, desapariciones forzosas de personas, corrupción, endeudamiento y como coronación del triste escenario, la manipulación del sentimiento nacional que dejó como saldo la Guerra de Malvinas.
Aquel domingo 30 de octubre de 1983, ante la mirada expectante de millones de argentinos, algunos de los cuales con más de 20 años de edad votaban por primera vez y quienes ya tenían 40 años habían ejercido muy pocas veces el derecho del sufragio, resultaba electo el bonaerense Raúl Alfonsín, candidato de la Unión Cívica Radical. Este no era un dato menor por muchos motivos. Por primera vez el peronismo, después de 37 años de existencia, perdía en las urnas contra una fuerza política opositora. Por primera vez había un sentimiento generalizado de asfixia con respecto al partido militar, que sin someterse nunca al voto popular, había gobernado gran parte del siglo mediante el derrocamiento de gobiernos legalmente constituidos.
Mucho se ha escrito sobre lo que significó la transición democrática, sobre las estrategias de implantación del sentido de un Estado civil, sobre las huellas que había dejado la dictadura ante nociones fundamentales para la construcción de la ciudadanía como lo son el Estado de derecho, la división de poderes, las garantías civiles ante el poder del Estado, la apropiación y resignificación de la res-pública por parte del ciudadano en tanto individuo.
Lo cierto es que al desolador panorama tardodictatorial, había que contraponer la construcción del orden institucional del Estado. Es decir, debían reescribirse todos aquellos principios mencionados en el párrafo anterior a la luz de una democracia que, más que conquistada por una encarnación ciudadana con objetivos y metas claros basados en una ideología precisa, parecía entregada, para muchos pensadores de la época, por sí misma, como el mal menor. Es decir, había que llenar de contenido la conquista de un pueblo, que como nunca, depositó en los partidos políticos mayoritarios de aquel momento (el radicalismo y el peronismo) la responsabilidad de dar por superada definitivamente la escabrosa historia de los golpes de Estado militares en la Argentina.
Afirmar esto es reconocer que la democracia reconquistada aquel 30 de octubre de 1983, debió negociarse irremediablemente con las estructuras del pasado, enquistadas en cada uno de los engranajes de funcionamiento del propio Estado, esto sin perder de vista la división de poderes. Allí encontró la política presidencial sus límites técnicos formales. Como contrapartida, el pueblo argentino parecía tener mucho más en claro hacia dónde no quería volver que un rumbo definido hacia dónde ir, es decir, sabía que no quería repetir nunca más ese pasado doloroso, pero el plan futuro era, para muchos, totalmente incierto.
En ese contexto, el Presidente Alfonsín debió conjugar una alquimia casi imposible: imponer el Estado de derecho sobre un “Estado de hecho” (de facto) que se había tornado natural para la conciencia ciudadana colectiva. Y aún más complicado, con el consenso del voto popular, organizarlo bajo la lógica de la política partidaria. Porque el pacto con las demás fuerzas políticas (por sobre todo con el Partido Justicialista) duró hasta que se obtuvo la declinación del partido militar en 1982 en otorgar las elecciones. Una vez que se conoció el cronograma electoral, las diferencias afloraron en cuestiones de fondo. Esto complicó el futuro del programa político, económico y social del nuevo presidente.
La realidad es que a la fecha, más allá de lo que pueda criticarse de aquel gobierno en los términos de resultados políticos y expectativas populares generadas, lo que se valora sin discusión (excepto para minúsculos grupos nostálgicos) es la interrupción de la tradición golpista (al menos la militar) en nuestro país. Y esto no es un dato menor si se tiene en cuenta que, para grandes porciones de la sociedad, aquella democracia de los 80s, parecería haber sido más un don entregado que un principio conquistado. Es probable que Alfonsín lo haya comprendido desde las primeras horas y bajo esos parámetros, le tocó conducir un país con un clima regional desfavorable, con desequilibrios fiscales y administrativos prácticamente coercitivos para la acción política. En ese país, debía imponerse desde la falta de conciencia y de tradición de continuidad democrática, el denominado “Estado de derecho”.
Y en esa búsqueda de no repetir el pasado, cuando el pasado aún convivía en el presente y era parte orgánica de nuestra historia inmediata, el pueblo argentino debía definir al ciudadano que se había perdido en las penumbras de la autocracia y el autoritarismo. Aquel 30 de octubre de 1983, parafraseando a Raúl Alfonsín, el pueblo argentino le pasó el plumero a las urnas y las llenó de votos. Algunos vencieron el miedo y la apatía antes de aquel día, otros con el transcurso de los años hasta llegar a nuestros tiempos actuales, donde más allá de las críticas que se puedan destilar hacia la democracia representativa, ésta parece consolidada y arraigada en la conciencia colectiva.
Falta mucho por mejorar, pero siempre será preferible tener la posibilidad de encontrarnos cada dos años en un proceso eleccionario para premiar o castigar a nuestros benefactores o verdugos políticos, que asumir la fuerza para dirimir el conflicto que genera esta sociedad de clases (donde existen ostensibles inequidades) articulada en el modo de producción capitalista.
El autor de esta nota fue durante muchos años un crítico moderado del Gobierno de Raúl Alfonsín, pero siempre tuvo en claro que, en el escenario de una democracia entregada más que conquistada, resultó un actor clave para poner blanco sobre negro en relación a la tradición militar golpista en la Argentina. Hoy se lo recuerda por eso. Y también se recuerda un pueblo que abandonó paulatinamente el miedo y la apatía para soñar un futuro que, en el peor de los casos, lo tuviera como protagonista de su propio destino un día cada dos años.



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