A 47 años del triunfo del presidente Cámpora

A 47 años del triunfo del presidente Cámpora

HISTORIA ARGENTINA

El 11 de marzo es una fecha que integra sin dudas la liturgia peronista. Pero la historia marca que, más allá del retorno del peronismo al poder luego de 18 años de proscripción, no deja de ser un hito en cierta medida molesto para el imaginario tanto partidario como nacional.
Por un lado, la alegría de retornar a la institucionalidad en comicios abiertos, donde se respetarían los resultados y que el peronismo ganaría por abultada diferencia. Ni el candidato radical Ricardo Balbín y mucho menos el representante de la dictadura saliente, Francisco Manrique pudieron hacer mucho para evitar la oleada de votos que el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) obtuvo aquel domingo 11 de marzo de 1973.
Pero por otro lado, las contradicciones internas dentro del peronismo llevarían a un triste desenlace. Cámpora sería presidente sólo por escasos cuarenta y nueve días y el líder histórico del movimiento nacional justicialista, Juan Domingo Perón, moriría al año siguiente en un contexto político de mucha fragilidad. El devenir económico y los enfrentamientos intestinos entre sectores de la izquierda y la derecha peronista, sumado al aprovechamiento estratégico del antiperonismo de ultraderecha y ultraizquierda, llevarían al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.

“Cláusula de residencia”

Odontólogo de profesión, Héctor José Cámpora era oriundo de la localidad bonaerense de San Andrés de Giles y acompañaba a Juan Domingo Perón desde los albores del justicialismo. Presidente de la Cámara de Diputados durante el primer peronismo y también autoridad en la Convención Constituyente que sancionó la reforma de la Carta Magna en 1949, era un hombre experimentado, de carácter apacible e indiscutiblemente leal a Perón.
Cuando el dictador Alejandro Agustín Lanusse, asediado por la crisis económica, las presiones del movimiento obrero (en su mayoría peronista) y el accionar de los grupos de la izquierda marxista, tuvo que abdicar a la idea de continuar perpetrando el Golpe de Estado que ya llevaba siete años, debió convocar a elecciones libres levantando la proscripción política del peronismo.
Perón, que sufría el exilio desde su derrocamiento en 1955, debería haber sido el candidato natural en las elecciones programadas para aquel 11 de marzo, pero siete meses antes Lanusse había promulgado el Decreto-Ley conocido como “cláusula de residencia”, mediante la cual, se exigía a aquellos ciudadanos que desearan presentarse a elecciones, debían acreditar residencia anterior en el país anterior al 25 de agosto de 1972. Perón, exiliado desde hacía 18 años y viviendo en ese momento en Madrid, claramente quedaba imposibilitado de presentarse en los comicios.

“Cámpora al Gobierno, Perón al Poder”

Con el líder indiscutible fuera de la partida, el ajedrez electoral justicialista debió tallar una nueva pieza capaz de ser incluida en el tablero de las preferencias populares a mitad de la partida. Dicha responsabilidad recayó entonces en Héctor Cámpora, quién desde 1971 había sido designado por el propio Perón como su delegado personal en la Argentina. Pergaminos de lealtad y grado de pertenencia histórica le sobraban. Pero a un mes de su asunción, su figura se vería erosionada a tal punto que luego de los sucesos conocidos como “masacre de Ezeiza”, la suerte del nuevo presidente tendría inminente fecha de caducidad.
Muchos tomaron este desenlace como algo lógico, como una estratagema del propio Perón para regresar a través de un senescal al que luego se lo obligaría a renunciar. Lo cierto es que dicha postura no contempla la muy realista posibilidad que Perón no tuviese intenciones de ser presidente, sino una especie de consejero superior de Gobierno. La salud del líder no estaba en un buen momento y comparecer ante una responsabilidad con tamaños desafíos podría costearle un desgaste crónico e irreversible. Lo que a la postre, lamentablemente sucedió.
Además, la estrategia comunicacional bajo el slogan “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”, cobraba real sentido en la intención de que Perón acompañara el Gobierno de Cámpora desde una rol de mediador de las contradicciones internas del movimiento. Caso contrario, bien se podría haber ensayado una propuesta discursiva diferente, como ser: “Con Cámpora en el Gobierno, Perón es presidente”; u otras en ese sentido.
Pero el problema a partir del 11 de marzo de 1973 lo tendría sin discusión Héctor Cámpora. Es que a pesar de cualquier especulación, debía ejercer la Presidencia de la Nación. Mediar entre grupos muchas veces en extremo violentos, con demandas exorbitantes de cuadros de conducción partidaria con aspiraciones desmedidas y con taras ideológicas que marcaba una tónica tan maniquea como apocalíptica. No se trataba de cualquier época, eran los candentes 70s del mundo bipolar de la Guerra Fría: había un Perón para cada cuadro y la “patria peronista” disputaba palmo a palmo su razón de ser con la “patria socialista”.

Los límites del “tío”

Lo cierto es que “el tío” -apodado así por el sector progresista de la Juventud Peronista y la denominada tendencia, que veían en Cámpora a un interlocutor válido para luchar por el posicionamiento principal de la conducción del movimiento justicialista- jamás podría reemplazar la autoridad del padre indiscutido de la política nacional desde 1945.
Y como en las mejores familias, la ruptura del viejo caudillo con uno de sus fieles seguidores no tardaría en llegar. Perón le achacó su imposibilidad de contener las bases del movimiento y el avance de la izquierda peronista. Un punto de inflexión antes de la masacre de Ezeiza fue el armado en el interior del país. Perón estaba bastante disconforme con los resultados de los cierres en muchas provincias argentinas, las que una vez efectivizada la renuncia de Cámpora, fueron intervenidas federalmente, incluyendo nuestra vecina Santa Cruz, la que había sida “cooptada” por el “Montonero” Jorge Cepernic.
Hay que tener en cuenta que este tercer peronismo no sólo existió en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, sino también en todo el interior del país y, desde ya, en el único Territorio Nacional que existía en ese momento: Tierra del Fuego.
Qué fue de aquel “tercer peronismo” en la Isla, será materia de nuestra próxima entrega, pero podemos adelantar que cuesta mucho divisar sus huellas…



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