Arquitectura y urbanismo sustentable. (Parte 1)


¿Qué tienen en común Ushuaia, Rosario y Bogotá? En apariencia son tres ciudades que poco tienen que ver entre sí. Pero como el que busca encuentra, tras un pequeño análisis fino podemos encontrar ciertas similitudes: Ushuaia y Bogotá se encuentran ambas sobre la Cordillera de los Andes; el otoño rosarino es el perpetuo clima en la ciudad colombiana; ambas ciudades argentinas se desarrollan a lo largo de cursos de agua con su consiguiente industria marítima y fluvial; la bicicleta es un medio de transporte cada vez más utilizado en Rosario y Bogotá con redes de ciclovías en aumento.
La arquitectura de estas ciudades, sin embargo, responde a sus propios climas y culturas; y demás está decir que lo que podemos encontrar en una ciudad de 8 millones de habitantes no lo hallaremos en una de 80 mil.
El afamado arquitecto Rogelio Salmona, maestro colombiano de la arquitectura latinoamericana, es un buen estandarte en cuanto al desarrollo de edificios que tienen mucho del entorno en el cual se insertan, partiendo no solo del uso de materiales producidos de manera local como el ladrillo, sino de reconocer las distintas escalas (urbana, barrial y humana) en cada una de sus obras.
Por el lado rosarino, la arquitectura recorre una historia signada por su origen ferro portuario y los primeros burgueses con sus caserones sobre el Bv. Oroño, pasando por una dura escuela racionalista en el siglo XX y llegando a los referentes contemporáneos que buscan en los materiales y la forma su medio de expresión dominante.
En tanto Ushuaia es una ciudad que tiene la particularidad de encontrarse en el extremo sur del país, además de no poseer la carrera de Arquitectura ni otra que se le asemeje en su sistema educativo superior, todo su capital intelectual y profesional en la material es inmigrante y por lo tanto el campo de conocimiento exclusivo de la región no ha sido expresamente delimitado ni concebido con las especificidades que su clima le demanda a la arquitectura.
Sin embargo, ciudad de trabajadores golondrinas, los que estarían en condiciones de aportar a la arquitectura vernácula serían quienes efectivamente erigen los edificios. Así, a simple vista, se observa que la construcción tradicional local de pequeña escala reconoce los principios de diseño que imponen la nieve, los días de 8 o de 16hs de sol y el extremo frío.
Podemos preguntarnos entonces cómo estas ciudades están encarando la sustentabilidad como medio y fin del quehacer arquitectónico y desarrollo del hábitat. Por cuestiones de espacio, propongo comenzar esta reflexión comparativa con el caso de Rosario, para dejar en próximas entregas el análisis de Bogotá y Ushuaia.

¿Rosario siempre estuvo cerca?
Puede decirse que Rosario es la ciudad que “siempre estuvo cerca”, pero no de la arquitectura sustentable necesariamente. En este punto, lo primero que deberíamos aclarar es la advertencia que nos plantea J. Czajkowski, en el sentido que hay una gran diferencia entre lo sostenible y lo sustentable. Para este autor, el término sostenible, estaría vinculado con la conservación del medio ambiente; mientras que lo sustentable remitiría al punto de vista de la obra humana ecológicamente respetuosa. Desde esta perspectiva, no dudamos en inferir que Rosario es una ciudad sostenible más que sustentable.
Lo que más refleja una inclinación rosarina hacia la ecología puede encontrarse en los intereses políticos y sociales que hace tiempo vienen llevando adelante acciones en relación al ambiente, espacios públicos, transporte, reciclaje de residuos urbanos y una red de capacitaciones a la población relacionadas con la temática.
Un punto interesante es la política de recuperación de los terrenos del frente costero sobre el río Paraná, otrora pertenecientes a empresas relacionadas con el comercio fluvial. Tras décadas de implementar acciones para expropiar y posteriormente intervenir los terrenos actualmente devenidos en parques, la ciudad llegó a computar aproximadamente 12m2 de espacio verde por persona, mucho más que cualquier otra ciudad argentina, y una de las primeras en Sudamérica.
En paralelo una política de descentralización de la ciudad se lleva a cabo. Se han creado nuevos “centros” dotados de dependencias gubernamentales con oficinas de empresas y servicios públicos, paseos comerciales, calles y veredas reacondicionadas y de una buena comunicación mediante transporte público, donde los vecinos pueden acudir a pequeños enclaves comerciales y administrativos sin necesidad de dirigirse al tradicional centro de la ciudad.
Desde el punto de vista de la sostenibilidad vemos que esta descentralización ha sido capaz de alejar el crecimiento edilicio del centro de la ciudad. La luz solar escasea en los puntos más densamente construidos de la ciudad en épocas invernales y que tal situación no se extienda es un punto a favor para la calidad de vida de los rosarinos. Además, el más inmediato acceso de los habitantes a zonas de servicios reduce la necesidad de transporte y consecuentemente los niveles de dióxido de carbono (CO2).

Clima y arquitecturaen la cuna de la bandera

La ciudad de Rosario tiene las estaciones muy marcadas: la temporada fría es relativamente corta y la cálida larga y muy calurosa. La arquitectura local se realiza de manera “tradicional”, en la que la clásica ejecución es: pisos de hormigón, paredes de mampuestos y cubiertas pesadas de viguetas pretensadas, ladrillos cerámicos y hormigón.
Los pisos de hormigón, de mucha masa, son convenientes en tanto puedan recibir en invierno la radiación solar directa y almacenarla en forma de calor. En ese sentido, es importante recordar que un diseño solar pasivo es aquel que aprovecha la energía del sol para acondicionarse térmicamente. Así se pueden paliar gran parte de las exigencias energéticas de un edificio en un clima como el de Rosario.
Al respecto, el mencionado Czajkowski nos proporciona con claridad las estrategias a utilizar: colores claros en la envolvente, terrazas jardín, fachada ventiladas, una orientación hacia el norte, ventanas con protección solar móvil, aprovechamiento de vientos predominantes y vegetación abundante alrededor del edificio. El listado podría ser completado incorporando nociones relativas a la captación de agua de lluvia. Haciendo un ligero cálculo, una vivienda de 50 m2 en Rosario tiene la capacidad de colectar unos 57.500 litros al año. Más que suficiente para abastecer la demanda de agua no apta para consumo humano.
En suma, todo lo hasta aquí dicho es menester entenderlo en la exclusiva situación de un clima templado cálido húmedo en una ciudad de nuestro país y no otra. ¿Pero qué ocurre con climas totalmente opuestos, como es el caso de Ushuaia? En la próxima entrega nos adentraremos en las reflexiones locales.



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