Entender la crisis fueguina

Transcurrimos el fin de año de este 2017 y en Tierra del Fuego, como en muchas otras oportunidades, se vive un clima de incertidumbre por el futuro inmediato. Este nivel de ansiedad generalizado afecta a varios sectores sociales, comenzando por los operarios de fábrica, que con sobradas razones vislumbran un año venidero problemático donde la mejor noticia acaso será sostener la fuente de empleo.
Otro sector expectante es el de los empleados públicos, quienes se encuentran a la espera de las definiciones del Gobierno fueguino y la Legislatura para adaptarse al pacto fiscal acordado con el poder central, que estipula la necesaria reducción del déficit de las cuentas provinciales que es imposible seguir sosteniendo. Es ante todo, un simple pero gravísimo problema de caja. Tierra del Fuego no emite moneda. No hay más lugares de donde obtener dinero para seguir financiando un sistema jubilatorio excepcional y los sueldos de la totalidad de la masa salarial del sector público (lo que incluye a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial) a la vez que deben garantizarse los derechos esenciales de la vida digna, la salud, la educación y la seguridad al conjunto de la población fueguina.
El resto del panorama (si se tiene en cuenta la cantidad de puestos directos e indirectos de empleos que detentan esos dos sectores) es predecible por las reglas comunes de la economía clásica, que en una de sus variables estipula que al afectarse el nivel de ingreso por la pérdida del empleo o el congelamiento o licuación de salarios, se ve resentida la actividad comercial y de servicios, lo que redunda en una espiral descendente del nivel de empleo general, afectando tanto a los sectores formales como informales del mercado interno.
Centremos por unos instantes la mirada en el Estado fueguino. Desde hace ya varios años que la situación fiscal de la Provincia viene perfilando un escenario de “callejón sin salida” o de saturación de sus límites técnicos. Hace dos semanas, en esta misma columna, advertimos que los fueguinos estábamos negados a aceptar que el futuro quizá había llegado hace tiempo, es decir el desencadenamiento de un desenlace previsible: la modificación de los estándares de vida garantizados hasta el momento por un régimen industrial endeble y un Estado macrocefálico y crónicamente deficitario.
Nuestra lectura, más allá de las similitudes que puedan encontrarse a nivel macroeconómico entre la década de los 90s y la actualidad, no pasa únicamente por la simple denuncia del retorno al neoliberalismo y su secuela más característica: el ajuste, sino también, reconociendo las pésimas administraciones y el torcido comienzo que experimentó Tierra del Fuego desde que iniciara la flamante era de la provincialización. Para propios y extraños, se llegó a un punto de encrucijada en el que las condiciones sociales y económicas actuales sufrirán modificaciones.
La falta de planificación y visión estratégica, el cortoplacismo, el faccionalismo dirigente y una relación predatoria entre la sociedad civil y el Estado fueron motivos y causas suficientes para engrosar gestión tras gestión el abrumador déficit fiscal. Es verdad que otras provincias detentan hoy en día una situación comprometida como la fueguina, pero como contrapartida, el concierto federal argentino puede recriminarle a los isleños que recibieron una provincia en “cero” hace apenas 26 años y al cabo de una década, la fundieron, debiendo el primer gobernador constitucional, José Estabillo, realizar una entrega anticipada del poder en su segundo mandato por la crisis económica desatada.
Tal fue el modelo de gestión impuesto todos estos años. Tapar los baches económicos y administrativos mediante una carrera contrarreloj hacia un final inevitable: la crisis del sector público. En paralelo, la carrera cronométrica del régimen industrial fueguino, que como hemos descrito en tantas oportunidades, penderá siempre del antojadizo y delgado hilo del poder central parece encontrarse en un punto de saturación abominable y sin solución de continuidad en los términos en los que ha sobrevivido hasta ahora.
La diversificación productiva tan vital como necesaria, no llegará a través de un huracán mágico sino mediante brisas que esta vez necesariamente deberán responder a un plan estratégico que contemple escenarios de inversión por etapas. No vamos a lograr, claro está, complementar o suplir el vigoroso polo electrónico local de un día para el otro.
Vamos llegando a fin de año, pero las cartas del año venidero ya han sido presentadas hace un tiempo. Nada va a ocurrir en 2018 que no haya sido advertido. Mientras tanto, continúan ingresando argentinos a la tierra prometida fueguina en busca de un futuro promisorio. Están habilitados a creer que como en estos últimos años, como tantas otras veces, de algún lado saldrá la solución y todo seguirá como siempre. Pero cada vez suenan más fuertes los vientos de cambio y esta vez no se trata de una decisión política o estratégica. Son las estructuras esclerosadas de la economía isleña las que crujen en sus pilares más profundos.
Pero hay formas y formas de experimentar una crisis. Porque la crisis, al mismo tiempo, exige el planteo de la utopía aunque solo se justifique como un mecanismo de preservación de la especie. En ella reside siempre la esperanza y también las bases de los nuevos proyectos políticos. Entre la tensión que genera el cambio se filtrarán los modelos que deberán regir la nueva provincia. Porque aunque resulte paradójico pensar en estos términos, la provincia más joven de la Argentina, con tan solo 26 años de existencia, necesita nacer de nuevo. Darse un segundo momento de despegue.
En este punto no queda lugar para segundas lecturas o teorías conspirativas. En Tierra del Fuego se han hecho las cosas lo bastante mal como para llegar al angustiante momento del fin del ciclo. No se trata de un fin de ciclo político, sino estructural. Cuando crujen las estructuras se torna necesario abonar nuevos cimientos.
No faltarán las fuerzas políticas que intentarán sacar partido de la crisis. Es el juego lícito de la dinámica social. Durante los próximos meses habrá héroes y villanos, pases de facturas y chicanas para alquilar los mismísimos palcos del Teatro Colón. En el medio se juega el futuro de cientos o miles de familias fueguinas. Un juego que puede comenzar en forma tensa pero que al final de la partida pueda dejarles una vida digna sobre cimientos sólidos, algo que hoy, en sobrados ejemplos, Tierra del Fuego no puede garantizar.


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