La década en que los argentinos vivimos sin inflación

El 1 de abril de 1991, hace 27 años, el Congreso nacional aprobó la Ley de Convertibilidad, mediante la cual se equiparaba el valor de nuestra moneda nacional (el naciente Peso -vigente hasta hoy- que reemplazaba al multidevaluado Austral de la era alfonsinista) al dólar estadounidense. El autor de dicha Ley fue el Ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo y sucedió durante el mandato de Carlos Saúl Menem, electo presidente desde 1989.
Menem recibió seis meses antes un gobierno devastado por el peso de la deuda externa, un proceso de hiperinflación galopante y el descontento social que se acrecentaba conforme pasaban los días. Nada pudo hacer el alfonsinismo para detener los golpes de mercado, las corridas cambiarias ni las presiones del capital financiero internacional o local. Los sabuesos habían olido sangre, las fuerzas del mercado habían emitido veredicto.
El ave rapaz del poder del dinero, en vuelo rasante, obligaba a la democracia a entregar la dignidad del hombre que había significado el faro de la transición democrática en la Argentina. Raúl Alfonsín pidió en una reunión que lo dejen terminar, faltaba poco para diciembre, irse antes significaría un retroceso simbólico inadmisible para un País que necesitaba reafirmar la credibilidad y potencia de sus instituciones. El dueño del medio de comunicación más importante del País, le respondió sin pestañear: “Usted ya no nos sirve”…
Una respuesta similar experimentó el Ministro de Economía Juan Carlos Pugliese cuando tras anunciar las medidas para intentar atemperar la hiperinflación, debió reconocer su fracaso, inmortalizado en una de las confesiones políticas más sincericidas que se recuerden en nuestro País: “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”; llegó a decir antes de ser reemplazado.
Es importante recordar el contexto de hiperinflación (escalada descontrolada de precios de los productos de la canasta básica) porque este proceso aleccionó a los ciudadanos argentinos para aceptar la estabilidad a cualquier precio.
Millones de argentinos de extracción popular experimentaron la carrera contra reloj en las góndolas de supermercados, almacenes y kioscos para que las máquinas de tickets no modificaran los precios. Los comerciantes realizaban la misma carrera en sentido inverso, si no lograban “remarcar” los precios a tiempo (a veces dos veces en el mismo día), directamente retiraban los productos de las góndolas. Fueron momentos de zozobra. Todos los días los precios del pan, de la leche, de la carne y de las verduras se iban por las nubes y quizá más allá.
Cuando Carlos Menem asumió el poder, las corridas cambiarias y los golpes de mercado no se detuvieron. Porque no sólo se trataba de las fuerzas impersonales del mercado en decidida furia contra el salario de la clase trabajadora, detrás de ellas había un encendido interés en ejercer una “educación presidencial” para terminar con la romántica idea política de pensar los sistemas económicos progresivos y popularmente redistributivos en contextos internacionales de retracción económica e ideología neoliberal reinante.
Es por eso que la década neoliberal de los noventa tuvo una razón. La palabra clave fue la estabilidad y el plan que la hizo posible se llamó convertibilidad. Pero el precio de sostenerla trajo aparejado la orfandad del Estado, la desocupación, la drástica reducción del empleo fabril y leyes de flexibilización laboral. Un precio que hacia fines del siglo XX muchos consideraron como demasiado alto.
El Plan de Convertibilidad (una idea que no era novedosa ya que se había aplicado en nuestro País bajo la denominación de “caja de conversión” en 1899-1913 y 1927-1929) mantenía la paridad cambiara de un peso un dólar con el fin último de pulverizar la inflación. La ley 23.928 que estableció la convertibilidad fijó como paridad cambiaria sin límite temporal la de 10.000 australes por dólar (el Austral había surgido en 1985 con una denominación máxima de 100, para apreciar los estragos monetarios que en escasos 6 años había ocasionado la hiperinflación).
Mario Rapoport, comenta que la Ley “prohibió la emisión de dinero no respaldada en un 100% por reservas de libre disponibilidad (oro, divisas, títulos de otros países y títulos nacionales emitidos en moneda extranjera) y se anularon las indexaciones, intentando evitar la traslación de la inflación pasada hacia el futuro. A partir del 1 de enero de 1992, se estableció el peso como moneda de curso legal y se fijó el tipo de cambio de 1 peso por dólar”. Era un borrón y cuenta nueva. Así de sencillo. Así lo entendió la gente. Menos averigua Dios y más perdona…
Lo cierto es que la arquitectura financiera pergeñada por Cavallo en plan de Convertibilidad, incluyó la utilización de activos del Estado (las empresas de servicios públicos como hidrocarburos (YPF) telefonía (ENTEL), luz, Gas, pasando por el Correo y hasta la línea aérea de bandera (Aerolíneas Argentinas) y de transportes ferroviarios. Una vez terminado los ingresos por la venta de esas empresas estatales se sostuvo la paridad cambiaria peso-dólar mediante el endeudamiento externo, esperando que el precio de los productos primarios que el país exportaba (principalmente cereales) no bajaran su cotización en los mercados mundiales. Con esas divisas que ingresaban en dólares, se podían pagar los vencimientos de deuda para pedir nuevos préstamos y así sostener el sistema.
Así, los argentinos pudimos gozar de la tan ansiada estabilidad monetaria durante una década. Sobre fines de los noventa la palabra inflación era un recurso lingüístico superado. Pero la deuda social supuraba por nuevas heridas abiertas en el entramado social y sobre el corsé de las brillantes tesis financieras, se escabullían los efectos no deseados arruinando la figura del modelo hasta tornarlo grotesco y desmedido.
El desenlace de la convertibilidad fue la crisis de 2001. Tan solo diez años después los fantasmas de la convulsión social retornaban en otra frecuencia, enseñándonos a los argentinos que no hay sistema eficaz si las bases estructurales de nuestra economía no se despegan de las lógicas viciosas que venimos arrastrando desde hace 40 años.
Supimos ser una País con índices envidiables en la década de 1960. Eso no es un cuento. Fue posible porque existieron proyectos políticos impulsados, al menos en sus orígenes, por los dos movimientos populares más importantes del siglo XX, el radicalismo y el peronismo. Y cuando mejor estuvimos en el País los procesos claves estuvieron signados por la industrialización, el fortalecimiento del mercado interno y el desarrollo. Un buena guía de conceptos para combatir la inflación despojados de quimeras y pensando en una estabilidad capaz de ser genuina y duradera.


Edición:
Diario Prensa
Noticias de:  Ushuaia – Tolhuin – Río grande
y toda Tierra del Fuego.

http://www.diarioprensa.com.ar