La escuela de ayer y de hoy

Escuela no siempre ha querido decir lo mismo, los modos de aprendizaje han cambiado, las tecnologías se han modificado, y los objetivos de los Estados también han ido mutando a lo largo del tiempo, pero hay cosas que no cambian o que al menos estimamos deberían mantenerse.

Desde esas diferencias y desde esa diversidad de orientaciones es que pretendemos valorar, en este artículo, un contrapunto entre algunos modos de entender lo que la historia nos dice cuando nos habla de lo escolar. En este caso partiremos de un pasado bastante lejano, que no por ello ha ser olvidado, un pasado que pudiera quizás interrogarnos sobre algunas condiciones que en nuestra cotidianidad toman relieve.

Juntando en su pintura a un amplio conjunto de filósofos, Rafael Sanzio, pintó así una de sus más reconocidas obras; nos referimos así a “La Escuela de Atenas”, representación artística centrada en la antigüedad griega y su vínculo con la búsqueda del conocimiento. La representación más saliente de este fresco puede considerarse como aquella que nos enfoca al maestro con su discípulo, pues en la escena claramente destacan Platón y Aristóteles, quienes se aprestan a bajar una escalera.

El diálogo encuentra a los dos filósofos en un intercambio cuyos gestos facilitan la lectura en una sana tensión; aquella es la misma que en la educación ha de surgir, como también la inherente a cualquier vínculo honesto en el que las diferencias no resulten reducidas y aplanadas en favor del aburrimiento, o bien, de una pretendida, inconducente y malentendida corrección.

La “Escuela de Atenas” nos muestra a Platón con un dedo índice apuntando hacia arriba; en contrapunto con ello, Aristóteles, pareciera estar dejando caer su mano con la palma abierta y llevándola así en la dirección contraria a la de su interlocutor. La orientación nos parece clara si es que en lo dicho interpretamos las diversas posturas que dieran su particular impronta a cada una de las obras de estos dos grandes filósofos.

Se sigue en las obras de Platón esa constante dirección que pone al mundo de las ideas, mundo celeste, o hiperuranio, en un lugar privilegiado para la orientación de su pensamiento, cuyos lineamientos se inscriben en la primacía dada a la trascendencia por sobre la inmanencia. Así lo que privilegia Platón es un mundo que está más allá de éste que habitamos a diario, ese mundo de ideas lejanas que tenía para él una cualidad superior al que llamamos terrenal o concreto. A diferencia de esto es Aristóteles quien pasaría a la historia por invocar el valor y la consideración de aquello que sub-yace, es decir, aquello que está en el aquí terrenal que su maestro mayormente desdeñara. Las nociones de sujeto y de sustancia han tenido una estimable repercusión en el legado aristotélico y son también nociones afines a lo antedicho, en ellas se figura el prefijo “sub” que alude a lo que está por debajo.

Hoy, a pesar de que han pasado muchos años desde aquel diferendo griego, seguimos -en cierto modo- próximos a bajar las escaleras en diálogo con ambos maestros. Nuestra educación, nuestra ciencia y sus supuestos tienen aún mucho por buscar en esta tradición que de algún modo nos refleja Rafael, desde su producción artística, al evocar la filosofía y su relación con la educación. Hablamos así de una tradición que no se reduce a la figura de estos dos filósofos que destacamos, sino que los toma como una referencia central del canon que ha prevalecido a lo largo del tiempo.

Decir que seguimos dialogando con Platón y Aristóteles no significa que meramente nos quedemos en el cuadro congelado de una historia que parece distante, sino que tal vez pueda significarnos un llamado de atención, un llamado a la curiosidad, para interrogar nuestro tiempo -como decíamos al principio- y también a nuestra escuela, que tantas veces se sabe abrumada.

Sabido es por varios que la educación de que nos habla esa pintura comparte varios rasgos con el surgimiento de la escuela media que conocemos; esta última, que fuera conocida como escuela secundaria, trazó en su origen la intención formativa de un Estado que pretendía alfabetizar a aquellos que serían los profesionales y dirigentes del futuro. Su carácter elitista -pues no cualquiera accedía a ella, como también aconteciera en escuelas como La Academia que tuviera a su cargo Platón- era ya una declaración de las iniciativas que nuestra joven nación impulsara en la moderna linea que trazaba la política del siglo XIX.

Hoy sabemos que la ampliación de derechos ha suavizado ese paisaje y que la rigidez con que era pensado el acto educativo también ha visto redondear aquellos formalismos en favor de una cultura más participativa e inclusiva.

Aún así, estas dos últimas referencias que marcamos, al hablar de participación e inclusión, continúan siendo desafíos que nos demandan aggiornar lo que entendemos por escuela para los tiempos que hoy nos salen al paso. Son estos mismos tiempos los que nos marcan la distancia entre los profesores y los estudiantes, entre las ideas que cada uno de ellos tiene de lo que la educación ha de ser; esas distancias no están exentas de conflictos, y es por ello que en los años últimos se ha puesto el acento en un tema que daríamos en llamar convivencia.

Ese vivir con otros es parte del desafío que plantea la aceptación de lo diverso, problema que las selectivas instituciones que hemos mencionado no llegaban a tener en el grado en que hoy lo conocemos. Para llevar adelante los esfuerzos de distintos actores se ha legislado, se ha buscado innovar, y se ha querido hacer de la escuela un lugar de contención en el así se vea facilitado el aprendizaje para los distintos jóvenes que las frecuentan. También se la ha tornado obligatoria, dato no menor en este contexto, y que a su vez se enlaza con aquello que no estaría funcionando en el sistema educativo.

Mientras que el saber era preconizado y valorado en sociedades como las de la Grecia Antigua, hoy lo que les preocupa más a varios estudiantes es cómo poder pasar esta etapa, como poder cumplir las exigencias y volver las actividades que sí los convocan. Como en una diferenciación platónica que nos lleva al contrapunto que hay entre el mundo de las ideas y el de los hechos concretos, muchos jóvenes de hoy eligen lo segundo para su andar cotidiano, a veces, como si lo primero estuviera cargado de un aburrimiento abrumador. Quizás hasta prefiguran un mundo de abstracciones en otro lado, posiblemente en lo que damos en llamar lo virtual, pues muchos de ellos, en tanto nativos digitales, tienen con la tecnología una relación que nuestra generación no ha construido desde tan temprano.

Más allá de este tipo de consideraciones hay cosas que no debieran cambiar, entre ellas, ese diálogo que nos representa la pintura de Rafael, ese intercambio que incluye a la vida concreta y que desde allí se habilita a pensar en la abstracción de las ideas y contenidos por aprender. No es cuestión de dar aquí una respuesta conclusiva a algo tan amplio, pero al menos, es posible afirmar que hay en esa distancia algunos temas para pensar, uno de ellos se vincula al aburrimiento que denuncian tantas veces los adolescentes, y que en nuestra consideración tiene mucho que decir en lo que hace a los desafíos que nos plantea la convivencia.


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