“Libres, vivas y sin miedo”

“Libres, vivas y sin miedo”
Reflexiones en cuarentena

Terror a morir. Eso es lo que siente una víctima de violencia de género. Los datos son escalofriantes. Una mujer muere por femicidio cada 22 horas (datos de la Organización Mujeres de la Matria Latinoamericana en lo que va del 2021). Pese a toda la visibilidad que desde diferentes sectores sociales se ha dado a esta problemática, seguimos muriendo. Por eso tenemos que seguir hablando.

El Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belem Do Pará (MESECVI) define al femicidio como “la muerte violenta de mujeres por razones de género, ya sea que tenga lugar dentro de la familia, unidad doméstica o en cualquier relación interpersonal, en la comunidad, por parte de cualquier persona, o que sea perpetrada o tolerada por el Estado y sus agentes, por acción u omisión” (Declaración sobre el Femicidio, 2008).

“Si un día no vuelvo. Hagan mierda todo” puso Úrsula (víctima de femicidio el 8 de febrero de 2021) en el estado de una red social. ¡Qué injusto que haya tenido que pagar con su vida nuestra sordera!. Hoy ella no está, pero la responsabilidad quedó de este lado, porque en apenas unas horas más va a ser otra a la que estaremos lamentando.

Pero no nos equivoquemos. La violencia no es solo el femicidio. La violencia está metida en el entramado social de distintas formas, a veces más evidente y otras más disfrazada, pero ahí está: cuando se grita o insulta a alguien, cuando no se cumple con una manutención, o cuando se limita el acceso a oportunidades por razones de género. También está metida en el lenguaje, en la forma en que concebimos y hablamos de algunas cosas, en como estructuramos nuestro pensamiento, por eso es importante debatirlo. Porque algunas formas de violencia nos atraviesan y las tenemos tan naturalizadas que solo podemos reproducirlas.

Hace un tiempo, mientras supervisaba un caso clínico sobre un padre que en situaciones de enojo gritaba a sus hijos, recuerdo que le pregunté a mi supervisora: ¿qué le digo si me contesta que les grita porque está enojado? Y me respondió algo tan sencillo y contundente que no lo voy a olvidar más: que nada, nada, nada  justifica que denigremos a otros. Las personas pueden hacer un montón de cosas con sus enojos, salir a caminar, escribir, hablar con un amigo, pero no podemos usar a alguien para descargar nuestras rabias y frustraciones. Para mí fue un gran aprendizaje, porque además entendí que “no existe la violencia» (como categoría igual para todos), sino que esa violencia en particular (siempre es para cada uno) estaba enmarcada en un acontecer familiar de ese individuo, que también había sido víctima en su infancia.

Por otro lado, y a pesar de cuánto se ha insistido en este punto, se siguen escuchando discursos que culpabilizan a las víctimas, con argumentos que tienden, en última instancia, a justificar este tipo de actos aberrantes. Como si haber hecho las cosas de una forma u otra, vestirse de tal o cual manera, salir a determinada hora, tuviera algo que ver con la respuesta del agresor. No hay vínculos naturales entre las cosas. No existe el: “Si tal cosa… entonces lo otro”.

Paralelamente, a veces se recurre a figuras como “el amor” para seguir justificando. Entonces me pregunto: ¿acaso creés que todas estas formas de maltrato son porque alguien vive el amor con intensidad?, ¿pensás que tiene sentimientos tan profundos que se descontrola?, ¿justificás sus arranques de ira porque el resto del tiempo es un hombre “bueno”? No. Eso no es amor. ¿cómo se que él no te ama si ni siquiera lo conozco? Cuando una persona maltrata, insulta, manipula o pega a otra, la está posicionando en el lugar de objeto, de una cosa que tiene que ser, pensar y actuar a su capricho. La aniquila en lo más singular de cada uno, en la diferencia. Lo voy a poner más sencillo: cuando él se pone violento porque hay que hacer todo a su manera, él no te está viendo a vos, está interactuando con un objeto que, por cierto, como todo objeto, es intercambiable. Cuando alguien ama, reconoce al otro en su diferencia. Lo respeta, porque entiende que no tenés que pensar igual, y busca construir desde ese lugar. En este sentido, la psicoanalista Silvia Amigo señala: “Amar es siempre inhibir un uso instrumental sobre una persona.”

Panorama desolador, vacío infinito cuando las noticias vuelven a decir que “hay una menos”. Pero aún en el desierto más árido, sigamos apostando a la palabra. Porque hablar visibiliza, saca de la oscuridad. También tramita, pasa del padecimiento mudo a la denuncia. Hablar abraza, contiene, hace de red para no caerse. Las palabras comunican, tienden lazos, y gracias a ellas, nos damos cuenta que no estamos solas, que hay una comunidad para garantizar que todo tiene un límite: el derecho del otro. Por eso, nunca lo olvides: si vos o alguna mujer que conocés está pasando por una situación de violencia, llamá en toda la provincia de Tierra del Fuego al 144 o al 2964 698620.

“Nos queremos libres, vivas y sin miedo”.

Diario Prensa
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