Sobre el miedo y la desconfianza de vacunarse

Sobre el miedo y la desconfianza de vacunarse


 

Reflexiones en cuarentena

La semana pasada comenzó en todo el país el plan de vacunación contra el COVID-19. Partidarios y detractores de la Sputnik V (la única actualmente disponible en Argentina) debaten en redes, mientras otros (muchos) se preguntan qué posición tomar.

Sea cual fuere la respuesta que cada uno dé a la pregunta sobre vacunarse contra el coronavirus, creo que debemos analizarlo, evitando quedarnos anclados por decisiones irracionales o guiados por las emociones.

En tal sentido, lo primero que hay que procurar es el acceso a información de calidad. Todo el 2020 nos acostumbró a convivir con las fake news, y esta no es la excepción. Entonces, para poder decidir, es fundamental formar un criterio en base a datos veraces y emitidos por los organismos competentes. Asimismo, es recomendable evitar la sobreexposición informativa o “infodemia”, que puede terminar ocasionando gran confusión.

Dicho esto, debemos “separar la paja del trigo”. Con ello, me refiero a diferenciar los miedos propios, las influencias ideológicas, las respuestas irracionales y los datos científicos con que contamos al momento de decidir. Esto, nos va a ayudar a orientarnos y formar un criterio fundamentado y no simplemente pensado al azar.

Ahora bien, uno de los elementos que entiendo primordiales para considerar es el contexto. Hay decenas de vacunas incluidas en los planes nacionales que habitualmente utilizamos, sin embargo, ésta tiene en especial que viene a protegernos de una pandemia mundial. ¡No parece poca cosa! Este virus se ha cobrado miles de vidas, y aún tiene para rato si no hacemos algo para detener el avance. ¡Por supuesto que en estos meses hicimos un montón! pero, si bien las medidas de protección que adoptamos son a esta altura básicas para la vida en sociedad, la rápida transmisibilidad del virus hace que no alcancen dichos recaudos para estar inmunizados.

La licenciada en psicología Alicia Stolkiner, a quien suelo leer por su impecable claridad y criterio al momento de analizar distintas cuestiones, posteó en una de sus redes sociales: “… En síntesis, mi decisión actual de vacunarme no se trata de una fe ciega en la ciencia o en el mercado de laboratorios, sé de las limitaciones de los desarrollos científicos y también de las distorsiones que puede producir el afán de lucro. Pero también estoy absolutamente segura que es la mejor opción en esta situación y en esta circunstancia. Confío en que nos dé la oportunidad de poner coto a esta enfermedad y abrir el espacio para pensar cómo generar una sociedad y un mundo donde estas enfermedades emergentes no sean cada vez más frecuentes y cada vez más rápidas en su difusión. Un mundo donde el eje central sea el cuidado de la vida y no su sacrificio para la acumulación de unos pocos…”.

En otro orden de ideas, cuando leo el debate que se generó y la cantidad de personas – al menos en mi entorno- que temen aplicarse las dosis, no puedo evitar cuestionarme si el resto de vacunas y/o medicamentos que toman les genera la misma desconfianza. Hay prácticas riesgosas, mucho más habituales y normalizadas en la sociedad, como algunas que se realizan en el mundo de la estética y sin embargo, no generan tantas controversias. Hoy nos convertimos todos en especialistas de la “fase III” y paradójicamente no sabemos qué hacer.

También me interroga por qué algunas personas preferirían aplicarse la estadounidense en lugar de la rusa, si es un tema ideológico o de preferencia política la que pone en jaque  a la legitimidad científica. Aunque la problemática en torno a la confianza, o más bien la falta de ella, va más allá y se relaciona con el descrédito que actualmente tiñe a las instituciones. El psicólogo clínico y psicoanalista José R. Ubieto, señaló al respecto: “Cada vez hay más desconfianza en lo que nos ofrecen los gobiernos, las farmacéuticas, los expertos, etcétera. La credibilidad de aquellos que nos proponen una solución ha ido en descenso en los últimos tiempos”. Y esto, se traslada inevitablemente a la vacuna.

Nos cansamos de escuchar que el año pasado (¡ya podemos nombrarlo así!) estuvo signado por el temor y la incertidumbre. Idealizamos el tiempo en el que finalmente llegara la tan ansiada vacuna y en nuestras mentes, íbamos a correr a su encuentro cual película romántica de segunda. Sin embargo, llegó y lo único que nos abraza fuerte es, nuevamente, la incertidumbre, que parece más arraigada que nunca. A poco de poner un “halo de realidad” sobre esa idea, nos damos cuenta que la perfección y el riesgo cero no existen. No solo para la vacuna contra el COVID-19, que por cierto es optativa, sino para ninguna. Hay un riesgo-beneficio que vamos a tener que sopesar. La respuesta es siempre personal.


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