Ushuaia y Grecia emparentadas por el uso del espacio

Ushuaia y Grecia emparentadas por el uso del espacio

Por Juan José Mateo

Licenciado en Historia. Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos.

Existe muchas veces en el imaginario colectivo la identificación de un lugar a través de sus obras de arquitectura. Si pensamos en la antigua Grecia, se nos presenta la Acrópolis de Atenas, con su imponente Partenón. Si evocamos la Roma Clásica, se nos viene inmediatamente la imagen del Coliseo. Otro tanto ocurre si nos remitimos a los ejemplos contemporáneos y regionales. A nadie escapa la significación simbólica del Obelisco en plena Avenida 9 de Julio en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o del Cabildo circundando la mítica Plaza de Mayo.

Con esto queremos expresar que la arquitectura no puede ni debe describirse solo en términos de conceptos geométricos sino también entenderse en términos de formas significativas. El Obelisco es importante por su altura y porque corta la avenida más ancha de Latinoamérica, pero si lo recordamos por algo, es porque nos remite a hechos significativos. Es sabido que cada vez que los argentinos deseamos festejar un triunfo de cualquier índole o manifestar un descontento, nos reunimos frente al Obelisco o marchamos sobre la Plaza de Mayo.

El historiador del arte Christian Norberg-Schulz explica que la arquitectura es, ante todo, un fenómeno concreto. Consiste en paisajes y asentamientos, edificios y articulaciones caracterizadoras, y por ello es una realidad viviente. En consecuencia, la arquitectura trasciende  las necesidades prácticas y la economía. Se ocupa de significados existenciales. Los significados existenciales derivan de fenómenos naturales, humanos y espirituales.

 

Los griegos del fin del mundo

 
 

Hace un tiempo, cuando dictaba clases en la Materia Historia del Arte I de la carrera de Técnico Superior en Gestión Sociocultural del CENT 11, les propuse a mis alumnos que analizaran las plantas de las ciudades clásicas de Grecia y Roma y las compararan con las de Ushuaia. Por vivir en zona montañosa y con un terreno muy irregular, podíamos apreciar que vivíamos el espacio de la forma en que los griegos de antaño: la ciudad griega se planificó en base a la heterogeneidad debido a las particularidades de su medio físico y natural. Su espacio no estaba regulado por las mismas leyes en todos los niveles ambientales, sino por la pluralidad de tipos de organización.

Sobre ese espacio particular, los griegos construyeron sus edificios más importantes, los templos dedicados a sus dioses. Así, los sitios donde dominaba la naturaleza estaban dedicados a las antiguas divinidades de la tierra (Démeter y Hera) y aquellos donde los hombres se agrupaban en una comunidad urbana (en una polis) estaban consagrados a Atenea.

Escribe Norberg-Schulz: “El paisaje griego se caracteriza por una gran variedad de sitios naturales. En lugar de vastas y monótonas extensiones, posee espacios bien definidos que parecen predispuestos para el asentamiento humano. Valles y fértiles llanuras de pequeñas dimensiones, están encerrados entre montañas escarpadas y desnudas. La intensa luz del sol y el aire diáfano confieren a las formas una presencia dominante. El paisaje griego parece representar una variedad de “fuerzas” naturales y no acepta fácilmente el dominio del hombre. A causa de la variedad ordenada, de la claridad y de las dimensiones del paisaje, en Grecia el hombre no se siente ni anclado ni a la deriva. Puede acercarse a la tierra para experimentar el confortamiento o bien la amenaza”.

¿Acaso no pasa lo mismo con Ushuaia?  Impresiona la íntima relación que existe entre el espacio griego y el ushuaiense. Nadie puede negar, ya lo hemos sostenido en exposiciones anteriores, que muchos vecinos viven el cordón montañoso como “un gran abrazo, o una gran prisión”…

¿Y por casa cómo andamos?

 
 

Ushuaia puede, a partir de dos obras arquitectónicas emblemáticas de su historia contemporánea, hacer gala de corresponder a la sintonía del tipo de espacio griego, cualitativamente ambiental y significativamente existencial. Nos referimos al nuevo aeropuerto utilizado desde 1995 e inaugurado dos años después  y al edificio del Hotel Arakur, iniciado en 2007 e inaugurado con un inolvidable evento de música clásica.

Cuando analizamos la arquitectura desde el punto de vista de la historia del arte, la primera pregunta que debemos hacernos es cuál es el objetivo de una construcción u obra de infraestructura y, al mismo tiempo, cual es la función del arte. E inmediatamente, otra pregunta que debemos hacernos es qué nos dicen las obras de arte sobre el contexto en las que fueron realizadas.

Podemos considerar al Arakur y al nuevo aeropuerto como dos grandes templos que se integran  al espacio de una forma fenomenal. Representan la continuidad del espacio sin generar rupturas visuales. Pero también nos transmiten otros mensajes y significados. Pensemos aquí la cualidad de transmitir un mensaje respetando el ambiente. Es por ello que este tipo de intervenciones contribuyen claramente con aquello que podemos denominar arquitectura existencial, en la medida que ayudan a los hombres a dar significado a su vida en un espacio determinado. Algunos ushuaienses, por sobre todo, los que sentimos las montañas como un gran abrazo, lo tenemos claro. Disfrutamos de la intervención de la genialidad de la mente de los gestores intelectuales de obras que son capaces de insertarse en un espacio tan particular como el nuestro, realizando un aporte a la naturaleza en clave humana.

Allí está el nuevo aeropuerto, como rindiendo un culto a la madre tierra, perdiéndose como una pequeña cadena montañosa y hundiéndose en el terreno como si fuera un polo de atracción de todo aquello que está en el aire.

Allí está el imponente edificio del Hotel Arakur, una monumental estructura realizada con materiales de la región celosamente seleccionados, levantándose como una continuación natural de la colina, integrándose armónicamente con la naturaleza, como si fuera una extensión humana de la misma y actuando como un custodio de la comunidad, al mejor estilo de la Acrópolis de Atenas.

Allí están esos dos emblemas de la Ushuaia contemporánea, esperando ser analizados desde la mirada y óptica particular de la Historia del Arte. Conviven con nosotros, nos ayudan a apropiarnos de un medio físico muchas veces hostil a la intervención humana. Son parte de esa arquitectura existencial de la que nos habla Norberg-Schulz porque no nos permite dudar que en el lugar donde se emplazan, cumplen un rol más importante y complejo que la simple utilización de un edifico para un fin determinado.

El Aeropuerto Internacional Islas Malvinas y el edificio del Hotel Arakur han sido concebidos para algo más. Nos imprimen marcas identitarias, nos amigan con la naturaleza y nos recuerdan que no toda intervención humana sobre el ambiente es negativa, por la sencilla razón que somos parte de ella y poseemos en nuestro intelecto la norma del fin social, respetuosa del paisaje, que nos afirma en la comunidad y en el espacio natural.

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