Los semovientes no son pueblo

Una vez más, con la anglofilia a flor de piel, la gestión encabezada por Mauricio Macri, que de nacional ya ni la apariencia le queda, demostró sin tapujos y desvergonzadamente, que vino a transformar el país en una colonia, y a consolidar lo antes posible lo que ya lo es.
Producto de la preocupación que causa en los bien llamados “Kelpers” o “Bennies” el Brexit, por significar el debilitamiento político y económico de su ilegítima y anacrónica estadía en nuestro territorio, el corazoncito británico de nuestro presidente hizo que el pequeñito canciller de nuestro país saliera a brindar tranquilidad a los isleños, una vez más, en detrimento de nuestros intereses.
Con este objetivo en mente, el entreguista Faurie puso sobre aviso cómo se viene encaminando esta nueva relación con la potencia que usurpa nuestro territorio -el Reino Unido y sus mascotas- y que como ya podía verse hace rato, dejaba de ser una “seducción” para transformarse en una “relación carnal”, donde nuestro país, muy a pesar del pueblo argentino, era el sujeto pasivo.
Con una soltura inusitada que solo puede brindar una impunidad que perderá ni bien asuma un gobierno con conciencia nacional, dio a entender que los ciudadanos británicos de segunda implantados en nuestras islas, ya no solo forman parte de la mesa de conversaciones en lo que refiere a la Subcomisión de Pesca, sino que lo hacen en todo lo relativo a Malvinas. Una mesa donde claramente de descolonización no se habla ni por casualidad.
Una vez más la diplomacia argentina cae en la estupidez de, en los hechos, abonar la “tercera pata” de la disputa, pensando idiotamente que así, algún día se va a lograr poder abordar la cuestión de la soberanía. El canciller incluso los llamó a utilizar nuestros sistemas de salud, educativo e incluso a hacer negocios con nosotros, los usurpados a los cuales, además, desprecian. Faltaba ofrecerles Winnie Pooh o libritos de cuentos.
Así, nuestra diplomacia, ayer abanderada de la “reciprocidad” cuando se hablaba de habitantes de países vecinos que nos apoyaron en nuestro reclamo, ahora llama a los kelpers a educarse, atenderse y hacer negocios en el territorio continental, donde se encuentra un verdadero pueblo –el argentino- al cual constantemente insultan y roban recursos. Y todo ello sin pedirles que cuando menos nos permitan tener los mismos beneficios que pretende dárseles en el territorio que ilegítimamente ocupan en calidad de semovientes británicos.
Pero la cosa no quedó ahí, aún faltaba pasar a la posteridad como el canciller más cipayo de la historia de nuestro país. Para ello sacó un as de la manga, apostó aún más a la entrega y llegó a llamar a los isleños: “pueblo”. Un acto lesivo, repulsivo y vergonzante, rayano o encuadrado con la traición a la patria, que en boca de un funcionario como el de su categoría, de carrera, significa un retroceso inigualable en nuestra postura soberana. No es un dato menor la calificación de pueblo a las mascotas británicas implantadas, sobre todo cuando es pronunciado por un funcionario de la diplomacia que no puede desconocer que la propia resolución que citamos, al hablar de respetar los INTERESES de los habitantes de las islas -y no de sus DESEOS-, deja claro que estos no son “pueblo” propiamente dicho para el derecho internacional y, por tanto, no les es válido utilizar el derecho de autodeterminación externa (secesión), ya que prevalece el principio de integridad territorial de nuestro país.
Pero, además, hay un detalle aún más importante, no contento con violar la buena fe -cimiento del derecho internacional- y arrebatarnos las islas, expulsaron violentamente a la población argentina, para luego reemplazarla por sus colonos.
En la Comisión de Relaciones Internacional y Culto de la Cámara de Diputados, el canciller anglo-argentino, Faurie, cuando se le preguntó sobre esas palabras que caratulaban de “pueblo” a los bien llamados kelpers, primero, sin negarlo rotundamente -como debería hacer si es un argentino bien nacido-, dijo que había sido una mala traducción, pero un minuto después -literalmente-, volvió a llamar pueblo a la basura arrojada en nuestro territorio nacional. Algo que por cierto viola la Disposición Transitoria Primera de nuestra Constitución Nacional.
Acá no hay lugar a dudas. La entrega es el objetivo y es un error creer que todo lo que viene sucediendo responde a tratar de establecer lazos para que nos roben recursos y ver si así algún día quieren hablar de descolonización.
Para quienes nos dedicamos a analizar la Cuestión Malvinas, lo más preocupante es que ya no nos preocupa el fracaso de este modelo, sino la certeza de que está siendo muy exitoso en sus objetivos; vinieron a eliminar “los costos”, y como para el presidente Malvinas es un costo, la está entregando con moño.
Nada es azar. El sumergirnos en la discusión de sostener derechos que logrados parecían indestructibles y hoy se diluyen, es parte de lo que se esmeran en ocultar con promesas que no solo no cumplieron sino que contrarían descaradamente. Por ello debemos entender más pronto que tarde que el empobrecimiento y la destrucción del tejido social de nuestro pueblo también se vincula con la entrega de soberanía.
(Extracto de su publicación del 12 de noviembre de 2018 en Dar la Palabra, de Gabriel Ramonet.)


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